Na na na, Calabaza.



Esta historia empieza por el final del cuento.


Cenicienta, con su brillo, su presencia impactante, su pelo rubio impecable. Imposible no verla. Imposible no quedar encandilado con ella. Está ahí con todo lo que es. Nada es a medias. Se juega por su lugar, su tiempo, sus placeres y sus seres.

Convencida del camino que tiene que seguir. Sabiendo cómo dar cada paso. Tranquila por saber que el tiempo de sembrar es duro, pero todo será recompensado por una buena cosecha.

Cenicienta no sólo quiere ser princesa porque está enamorada del príncipe. Ella es generosa. Y quiere abrirnos las puertas de su castillo a muchos. A cada uno de esos que podemos ver que en realidad, la verdad, SU verdad, empieza a las 12, cuando el carruaje se convierte en calabaza. Y ella deja sus vestidos, no le importa más su pelo, y se encuentra en SU soledad, hablando con sus amigos ratoncitos, a los que les cuenta todos sus secretos, a los que ama, a los que sabe incondicionales.







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